sábado, 20 de noviembre de 2010

ELEGANCIA




En el fondo, la elegancia consiste en una actitud. No tiene por qué estar relacionada con la moda ni con el dinero.
En más de una ocasión has oído decir de otra persona: “Es que Fulanito no sabe venderse”, lo que viene a significar que esa persona no sabe llamar la atención de los demás, o que si lo hace, los demás sólo ven sus defectos, pero no sus cualidades. Pues bien, del mismo modo que el marketing es  el conjunto de técnicas utilizdas para favoreer la venta de determinados productos, el marketing personal es la versión de las mismas técnicas, pero aplicada a las personas.  Entre todo el conjunto de recursos que el marketing personal pone a tu disposición hay uno que se llama elegancia, y en ocasiones, si se sabe utilizar adecuadamente, es fulminante tanto a la hora de seducir a los demás como cuando se quiere salir de una situación complicada, incómoda o sencillamente, que no nos interesa.
La granadina Eugenia de Montijo (quien llegó a ser emperatriz de Francia), tras asistir a una representación teatral protagonizada por la célebre actriz Matilde Díez, quien en la obra daba vida a una reina, regaló a ésta una valiosa joya en señal de admiración diciendo: “en recuerdo de una admiradora que la envidia mucho”. La actriz se quedó conmocionada y preguntó  que cómo podía ser eso posible, puesto que en aquel momento, Eugenia de Montijo era tal vez la persona más envidiada del mundo (aunque no le faltaban enemigos) a lo que Eugenia respondió: “Es que cuando usted hace de reina, siempre la aplauden, y a mí no”.
Es interesante ver aquí que la elegancia de la emperatriz (era la esposa de Napoleón III) se manifestó con sinceridad, buen humor y sobre todo, grandeza, que es el alimento de la elegancia. Lo curioso es que si nos fijamos bien, la elegancia no consistía aquí en la donación de la valiosa joya, sino en la sinceridad de la emperatriz. La moraleja que obtenemos de todo esto es que quienes tienen realmente grandeza no tienen que aparentarla. Simplemente la tienen. La elegancia viene a continuación. Al contrario, quienes no tienen elegancia ni la van a tener nunca, se pasan el día entero fingiendo que poseen más de lo que tienen y saben más de lo que han aprendido, de modo que antes o después los descubrimos, con lo que el decorado se viene abajo.

GUERRA DE DAMAS
Agustina Otero Iglesias, más conocida como la Bella Otero, fue uno de los más deseados símbolos sexy de la Belle Époque. Los caballeros pagaban fortunas a estas deminondaines sólo por tener el derecho de invitarlas a cenar en un restaurante de lujo (demimondaine significa algo así como “chica alegre”). La Bella Otero tenía una rival llamada Liane de Pougy, no menos evidente y promiscua. Ambas se detestaban la una a la otra, y por fin, llegó el momento de batirse en duelo.
Una confrontación entre dos mujeres tan irresistibles exigía la utilización de armas apropiadas, es decir, sus joyas. El enfrentamiento tuvo lugar en el Casino de París. La Otero se presentó cubierta de pies a cabeza por gemas de inestimable valor. Estaba deslumbrante, altiva, segura de su victoria. La Pougy no lució ese día ni una sola joya… pero hizo que las llevase su criada, la cual caminó detrás de ella en todo momento cargada de gemas y oros prácticamente desde la cabeza hasta los pies. La Pougy ganó por goleada. La opulencia no es elegante. La sencillez, sí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario